jueves, 15 de abril de 2010

Pedofilia e Iglesia Católica

La crisis que actualmente está enfrentando la Iglesia debe ser, a mí modo de ver, la más grave desde aquella que derivó en el Concilio Vaticano II allá por el año 1962. Y, una vez más, la causa se encuentra en la pérdida de poder y credibilidad de la misma. Si antes fue una crisis producto de la influencia ideológica de izquierda que lleva a la Iglesia a modificar su estrategia y salir, literalmente, a la calle, esto es, una crisis que comienza desde afuera y la afecta interiormente al punto de dar una respuesta hacia afuera; ahora la crisis comienza al interior, afecta el exterior y las respuestas - siguiendo la lógica oscilante - se mantienen en el interior.

No obstante, el resultado neto (esta vez sí hay coincidencia) es una nueva pérdida de poder y legitimidad. O acaso hay que aceptar que la "institución" eclesial no es un agente, al fin y al cabo, político (y espiritual si se quiere)? Lo dudo. Si se observan los datos empíricos proporcionados por el propio Vaticano, la curva de adhesión o auto-pertenencia a la Iglesia católica va en constante descenso. Y aquellos individuos ávidos de espiritualidad, ciertamente ya no buscan en la tradición judeo-cristiana un descanso, sino que van a Oriente (Hinduismo, Budismo, Islam) para "abastecerse" de respuestas trascendentales. Desde la lógica de la competencia, a la Iglesia católica le están ganando por goleada. Y cuando se está perdiendo por goleada o se elabora una estrategia que evite mayor cantidad de goles (la que hemos visto); o una que intente remontar el marcador (la deseable).

En general, me he encontrado con dos tipos de visiones contrapuestas sobre la Iglesia (y el cristianismo para todos los efectos). Los primeros son defensores sigilosos de la "misión" eclesiástica; miran con dolor los crímenes del último tiempo, pero - en último término - consideran esencial la mantención de la Institución en tanto es una suerte de comodín de tranquilidad personal. Los segundos, por el contrario, son una especie de perro rabioso que muerde a cualquiera que manifiesta adhesión a la Iglesia. Ésta sería, dicen los críticos, una entidad maligna y siniestra desde el comienzo de los tiempo, y las acusaciones últimas no son, sino, una muestra de lo anterior. Mutatis mutandis, hemos visto ambas expresiones en los medios de comunicación.

Para variar, considero que el análisis debiese seguir una lógica "centrista". Es total y absolutamente cierto que los crímenes son asquerosos. Y también es cierto que la pedofilia tiende a estar asociada no a relaciones lejanas entre abusados y abusadores; sino todo lo contrario. Esos miembros criminales de la Iglesia contaban con esa cercanía, y - dada su mente enferma - abusaron de su posición de forma aberrante. Esos son los hechos que desatan la crisis.

¿Cómo se responde? De la peor manera posible. Obviando el tema, culpando al empedrado, haciendo llamados a la introspección. No considero que la totalidad de la Iglesia sea una representación del mal, no creo que todos los eclesiásticos sean pedófilos y tampoco creo que haya una estrategia concertada para enterrar el tema en el abismo del olvido. Pero la estrategia comunicacional ha sido tan desastroza que, efectivamente, da la impresión que se ha intentado por todos los medios de enterrar el asunto. Y eso da pie a las ya clásicas teorías conspirativas entre religión y poder personal. La culpa, señores, está en los miembros de la Iglesia y en aquellos que, teniendo conocimiento o facultad de fiscalización, actuaron por omisión, negligencia o complicidad. Llegados a este punto es poco lo que puede hacerse para no hundirse más. Pero con cada nueva declaración pareciera que el pantano se los está tragando a todos. Por eso, la estrategia deseable de la que hablaba más arriba debiese ser pasar a la ofensiva, y esto se hace ventilando y transparentando. ¿Hay más casos de pedofilia conocidos? Hágalos públicos. ¿Hay autoridades eclesiásticas que conocían la situación? Expúlselos públicamente. ¿Qué más se puede perder? Den señal de autoridad y liderazgo. Convoquen, reorienten, analicen y transparenten. Y esto sólo puede conseguirse - desde mi punto de vista - con una decisión política drástica: un nuevo Concilio Ecuménico. De más está decir que, de una vez por todas, la Iglesia también debe adoptar criterios de elegibilidad, pero esto es algo de perogrullo. Creo, en todo caso, que no será así.

jueves, 11 de marzo de 2010

Marea alta

Han pasado casi 8 meses desde la última publicación. Esto de los blogs parece tener que ver más con las mareas que con la inspiración. Hay momentos en donde poner por escrito lo que se piensa o siente - por burdo o trivial que pueda parecer - da sentido, o tiene sentido, calza. Las vicisitudes de este curioso fenómeno que se denomina "vida" tienen algo que ver, pero no mucho. Es más un proceso que toma vuelo, alcanza su plenitud y luego decae para volver a comenzar. Quizás este es el punto en que se vuelve a comenzar. Quizás este es el punto donde la ola comienza su génesis espumeante.

lunes, 8 de junio de 2009

La sensación

Es raro. A veces se tienen "sensaciones" que son difíciles de expresar con palabras. Hay ideas, o "estados", cuestionamientos sobre cosas individuales que se piensan mejor cuando la cabeza está sobre la almohada. Últimamente esa sensación se traduce en una especie de cambio - palabra tan de moda dicho sea de paso - pero aún no logro decifrar sobre qué. Quizás tenga que ver con una pega que ya aburre o sobre estar y conversar con las mismas personas, los mismos días, de la misma manera. Tal vez tenga que ver con una oculta condición bipolar; o de ese deseo tan normal de imaginarse en un lugar lejano donde nadie te conoce, y dónde uno puede formular una nueva vida a la manera que se le plazca. Nuevos principios, nuevos valores, nuevas historias.

Creo que no hay cosa que soporte menos que el sentimentalismo burdo o la profundidad fantasmal, dos características que parecerían estar presentes en lo escrito. Pero tiene que ver más con una necesidad de poner en palabras esta situación, este estado. ¿Será normal? Imagino que sí. Todos, tarde o temprano, se aburren de la rutina (excepto los ultra-conservadores o los tímidos extremistas); pero no es fácil determinar dónde comenzar.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

"La tengo más grande"

Advierto de entrada que el sugerente título es metafórico. Pero creo que cae como anillo al dedo para describir un fenómeno irritante al cual, como hombre, estoy acostumbrado. Esto es la explicación de toda suerte de competitividades masculinas por las causas más ridículas y que tendrían en común - algunas más, algunas menos - demostrar cierto grado de "hombría" en términos comparativos con el que se está compitiendo. No sé muy bien porqué las cosas son así, ni por qué algunos hombres parecen más susceptibles a realizar este tipo de acciones, pero lo cierto es que ocurren por doquier.

Un ejemplo: hace un fin de semana atrás fui a la playa. Manejando por la carretera se me ocurre adelantar a un vehículo que, por cierto, iba a menor velocidad que el mío. No hube de comenzar la maniobra para que este personaje pusiese cuarta y no me dejara adelantar. Ok. Segundo intento... lo mismo. ¿Ganas de competir? No thanks... pero no lo entiendo. Obviamente aparte de la irritación hay cuestionamientos respecto de la naturaleza de esa reacción.

Otro ejemplo: cafecito con un compañero de trabajo. Entre conversa y sorbos de café, una persona se levanta de su mesa y se dirige a la salida donde habían dos hombres discutiendo. La salida obviamente estaba bloqueada y uno esperaría (ojo, verbo condicional) que estas personas dieran educadamente la pasada. Error again. Ante el tímido "permiso", estos homo sapiens sapiens siguieron discutiendo ignorando la petición. Y bueno... la reacción de este caballero fue pasar a la fuerza y recibir insultos al por mayor. Sigo sin entender.

Los ejemplos se multiplican por mil, pero todos tienen en común una especie de demarcación de territorio primitiva que se ve amenazada. ¿Es un asunto ligado a la naturaleza del género o más bien algo relacionado con el carácter piscológico de la persona particular? Reconozco que poseo un grado de compatitividad, pero éste se manifiesta en circunstancias que la promueven (un partido de fútbol, por ejemplo) pero imagino que hay cierto tipo de límites donde "dejar adelantar" no significa necesariamente "perder" y "donde dar el paso" no significa humillación.

Platón, en una teoría que después recoge Hegel y después de éste Fukuyama, habla del tymos. El tymos sería una motivación inherente al hombre y que se traduciría en el reconocimiento que los otros hacen de él. El hombre desea que otros lo reconozcan como tal y para eso está dispuesto a arriesgar su vida. Este fenómeno dividiría a la sociedad en amos y esclavos... bla, bla, bla. Lo curioso es que, de alguna manera, eso es lo que sucede. La competencia es la búsqueda de reconocimiento y, al mismo tiempo, de dominación. Lo evidente es que las personas han elaborado métodos racionales de dominación (como el capitalismo diría Fukuyama, o como los partidos de fútbol diría yo) sin la necesidad de arriesgar la vida. Ergo, ese tipo de competencia ridícula significaría que hay algunos que se quedaron atrás en el avance de la racionalidad y que aún compiten a palos y mazazos... metafóricamente hablando.

martes, 2 de diciembre de 2008

Descarga

Hay algunos seres humanos - como quien escribe - que se encuentra muchas veces con la necesidad de transmitir oralmente asuntos de su propia experiencia, desde anécdotas irrisorias hasta profundos conocimientos que, para la mayoría de los mortales, resultaría ser de la inutilidad más absoluta. Esta simple realidad escrita de manera tan poco clara en estas líneas se relaciona con la sensación de qué conversar y con quién. Porque, la verdad sea dicha, cada uno de nosotros acude a determinadas personas para distintos tipos de asuntos. Si hay un problema sentimental, les aseguro que saben perfectamente con quién comentarlo; y si andan con la necesidad de hablar de la última canción de esa banda oscura de chuchunco city que nadie conoce, probablemente piensen perfectamente quién les puede prestar oídos; y quizás, para las trivialidades más espúreas también existan almas caritativas que coincidan en tiempo y espacio con esa particular necesidad de hablar de intrascendencias... de vez en cuando.
El problema, para mí al menos, es que muchas veces no hay ni oídos ni personas. No porque no existan almas caritativas realmente, sino porque no hay intenciones. Porque aquello que urge decir es demasiado latero, o loco, u oscuro, o vergonzoso. Paradoja entonces: quiero hablar pero prefiero reprimir. No tiene tanto que ver con aquello del "qué dirán" (que, dicho sea de paso, no me parece que sea un tema sin importancia - como muchos valientes pretenden). Tiene que ver con un raciocinio inútil y personal que busca de manera incansable la empatía emocional o intelectual. Y al asumir que eso no ocurrirá cierro el pico. Pésimo, lo sé. Prejuicioso, también lo sé. Pero a veces las pequeñeces superfluas (idioteces incluso) dan lo mismo si quedan guardadas en el baúl de la memoria; y aún cuando el libro recién desempolvado, ese que habla de las más altas abstracciones, haya resultado espectacular... "a quién le podría interesar"??
Quizás esa es la razón por la que muchos recurren a espacios como este. No con la idea de que existan lectores anónimos (que ocasionalmente los hay), sino para descargar y descargarse literalmente de ideas, emociones, reflexiones o simples recuerdos diarios sin valor alguno pero que, por alguna razón realmente extraña, está ahí, con ganas de salir expulsado, descargado.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La Familia

Siempre he escuchado sobre la importancia que tiene la familia en la formación personal. En teoría (sí, en teoría), la persona que somos y que hemos llegado a ser, tiene un fundamento lejano en la formación que recibimos cuando niños. Esto porque los padres, en el proceso educativo, imponen reglas, criterios y verdaderas pautas de comportamiento moral, determinando lo bueno, lo malo, lo justo e injusto, y actuando en concordancia en la medida que dichas condiciones se cumplan: premiando cuando la adecuación va en coincidencia con sus parámetros de comportamiento (felicitando, animando, o dando una galleta); o castigando cuando el comportamiento va en dirección opuesta a la concepción de "bien" de los padres (retando, increpando o pegando un coscacho). He escuchado también que los hijos son un espejo de los padres, en el sentido que, al final, recibimos gran parte de sus propias pautas éticas pero además, nuevamente en teoría, también podríamos heredar lo negativo en tanto se presenta en el ambiente familiar un comportamiento objetivamente malo pero que es usual y tolerado. Esto lo comparto hasta ahí nomás, porque no creo que haya que descontar - así sin más - la cognición individual de los actos que cometemos y que, de manera consciente, podemos personalmente evaluar. El que un padre sea ladrón, deshonesto, interesado, cruel o envidioso no significa necesariamente que su hijo tenga que salir con las mismas características, pero puede ser una variable probabilística correlativa.

El último tiempo he estado pensando en la importancia de la familia. Esto se debe a que, por circunstancias que no valen la pena explicar acá, ésta ha estado relativamente ausente, o - más bien - no todo lo presente que me gustaría. Esto, a decir verdad, no significa mucho. No implica que tenga una mala familia o que ésta no cumpla con sus deberes inherentes (todo lo contrario); sino por la percepción subjetiva que nubla a veces los propios requerimientos personales. Pero, por otro lado, tengo la intuición personal que en términos culturales o sociales, ha habido un aumento de la prescindencia de la familia en nuestra época. Siento (sin tener ninguna prueba de lo que digo) que el individualismo gana la batalla, y que la ridícula asociación de la defensa familiar a ciertos grupos o instituciones añejas y pasadas de moda (léase la Iglesia) permiten que la desafección sea mirada con un cierto grado de orgullo y de triunfo del secularismo moderno. Obviamente cuestiones de esa naturaleza las encuentro graciosas - por decir lo menos - aunque no dejan de sorprenderme las historias familiares de la generación inmediatamente posterior a la mía, donde el ausentismo paterno y la indiferencia filial parecen ser la receta permanente.

De lo que me he dado cuenta es que la familia es radicalmente importante, quizás como ningún otro grupo humano lo sea. Creo que es algo que hay que proteger, que hay que incentivar, que hay que querer. Creo que, cuando uno va eliminando las capas superficiales de nuestra existencia social, es lo único que queda. Por la misma razón, aunque suene cursi y plagado de insípido romanticismo, uno de mis mayores metas a largo plazo es ser buen padre y formar una familia. Me parece que es una meta digna y me gustaría pensar que mi generación va hacia ese camino también.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La Verdad buscada mediante alegoría

Heidegger otorga una visión radicalmente distinta y aclaradora respecto a la esencia de la verdad. Para él, la verdad es desocultamiento, advenimiento de lo que está-ahí-delante. La verdad es alumbramiento por un lado (del ente conocido supongo) y descubrimiento (del ente que se conoce). Esta manera de entender la verdad es completamente distinta a la manifestada por la tradición clásica y que era definida generalmente como "adecuación del intelecto a la cosa". Esta definición, a mi juicio, tiene un serio problema: el primero es que no es suficiente para aprehender el concepto de Verdad, y se queda, más bien, en una "manifestación" de aquello que es verdadero, esto es, en una adecuación del intelecto. ¿Pero qué es esta adecuación? ¿No se está dejando de lado el problema de la verdad sustituyéndola por el acto supuesto realizado por el entendimiento? ¿Y no es ésto, a su vez, una apreciación psicológica de lo realizado por el entedimiento al querer captar o aprehender el objeto?
En segundo lugar, la definición implícitamente deja de lado al objeto. Su intención es saber qué hace el entendimiento al conocer, pero no responde a lo que sea la verdad. La comunión que veo en Heidegger, entre un objeto que analógicamente viene ya desoculto y es descubierto por la apertura también esencial que signifia el Da-sein o ser-ahí, es rota en la definición clásica. el objeto queda únicamente como entidad pasiva recogida por el intelecto. lo que se olvida es aquello sobre lo que habla Heidegger: es absolutamente necesario que aquél ente que esta-ahí-delante venga ya ontológicamente determinado para poder ser aprehendido, es decir, que venga ya desoculto.
Toda esta aclaración pareciera ser de extrema importancia al preguntarse por el uso de la alegoría. En pocas palabras, la alegoría es un recurso filosófico para manifestar la verdad de la realidad. Pero eso no lo podemos dejar así tal cual. Es necesario aclarar qué se entiende por recurso pero, más importante, qué se entiende por verdad; y esto sólo es posible atendiendo a la esencia de la misma.
(Transcrito para no olvidar)